Los sonidos sanadores

Los sonidos sanadores, ya sea en forma de plegaria, música, canto o mantra, constituyen una fuerza vital en toda la creación.

Siempre se ha considerado al sonido como un vínculo con el mundo espiritual. Todas las antiguas escuelas de lo oculto enseñaban a sus discípulos a uti­lizar el sonido como fuerza creativa y revitalizadora. Se consi­dera la forma de curación más antigua y constituyó una parte esencial de las primeras enseñanzas de los griegos, chinos, hin­dúes, tibetanos, egipcios, indios americanos, mayas y aztecas.

Los sanadores chinos utilizaban las «piedras que cantan», fragmentos de jade finos y planos que emiten distintos tonos musicales cuando son golpeados. Uno de estos tonos recibió el nombre de «kung», o gran tono de la naturaleza. Los sufíes consideran que Hu es el sonido creativo fundamental. Muchas socie­dades y tradiciones antiguas creyeron que «Om», «Aum» y «Amen» representaban todos los sonidos que era capaz de expresar la voz humana y manifestar en el mundo físico.

Gran parte de nuestros conocimientos sobre el pasado res­pecto a las enseñanzas de los sonidos sanadores procede de los vestigios musicales y arquitectónicos de aquella época. Los egipcios, hindúes, chinos y japoneses desarrollaron am­pliamente la música y el sonido como forma de arte. En la época en que Egipto construyó las pirámides y las esfinges, había organizado coros de doce mil voces y orquestas de seis­ cientos instrumentos. Muchos consideran que se llevó a cabo la ardua labor de construir las pirámides gracias a la utilización del sonido dirigido y controlado.

Varios griegos y romanos contribuyeron asimismo a la conciencia actual sobre los efectos físicos y metafísicos del sonido. Aristóteles presentó a la humanidad una de las pri­ meras teorías según la cual el sonido se transmite a través del aire. Pollio (hacia 20 a. de C.) prestó gran atención a la acústica de los edificios y al poder del eco y la reverbera­ción. Con la reverberación se propagan los sonidos.

Un so­nido reverberado es aquel que reproduce el eco unas cuantas veces. Estas reverberaciones influyen en el oído y en el cuer­po dando la sensación de que uno se halla inmerso en un mar de sonido. Este es el efecto que se creó por medio de la repe­tición constante de invocaciones y cantos, que impregnaban el templo o estancia con la fuerza o energía que se invocaba.

Esto ayudaba a crear un espacio adecuado para su manifes­tación física o para aumentar la conciencia de la persona en el sentido de unidad con la fuerza divina.

Los anfiteatros griegos demuestran unos avanzados conocimientos sobre las propiedades de la acústica. En ellos no cabía el ruido. Aumentaban la comprensión del discurso y mantenían la ri­queza de la música. Los griegos construyeron incluso es­tructuras para perfeccionar la dirección y la reflexión de los sonidos de forma específica. (Esto se practicó finalmente en las catedrales góticas construidas por maestros de obras ver­sados en esfas técnicas. Los cantos y canciones desperta­rían la conciencia de la persona trasladándola a un plano su­perior)

A partir de la época de los antiguos griegos y del Imperio Romano, las enseñanzas sobre los sonidos sagrados y el po­ der de la palabra nos han sido transmitidos por lo que deno­ minamos genéricamente la «tradición de los bardos». A través de los rapsodas griegos, los bardos ingleses, los trovadores franceses, los griots africanos, los skalds escandinavos, los cantantes navajos se ha mantenido vivo el poder de enseñar, curar y elevar la conciencia por medio del sonido, la música y la voz.

Si bien hoy en día mucha gente no es consciente del significado y la preponderancia del sonido en su vida o sim­plemente lo ignora, esta antigua sabiduría es si cabe más im­ portante en el seno de una sociedad tecnológica que nos bom­bardea constantemente con sonidos estridentes.

El sonido es un factor importantísimo que contribuye a nuestro actual estado de conciencia. Entre los sonidos for­tuitos de la vida cotidiana y el uso centrado de los sonidos sagrados existe la diferencia de que éste produce armonía y no disonancia. Cuando aprendemos a emitir y dirigir sonidos sagrados a través de nuestros centros de energía (chakras) al cuerpo físico, conseguimos un equilibrio que confiere vigor a todo nuestro sistema de energía.

Con ello accedemos con más facilidad a nuestra verdadera esencia y a sus manifesta­ciones en las circunstancias de nuestra vida diaria. Gozamos de más salud a todos los niveles y somos capaces de inte­rrumpir los puntos y pautas negativos cuando se manifiestan en el interior de nuestros sutiles cuerpos físicos. Los trans­ formamos en positivos. Comenzamos a dirigir los procesos alquímicos de la vida: y todo empieza con la comprensión de los sonidos sanadores.

Extraído de «La Curación por la música» de Ted Andrews

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